Bon appétit, su majestad (폭군의 셰프)
Bon appétit, su majestad cuenta la historia de Yeon Jiyeong, una brillante chef que, por obra del destino, aparece de pronto en plena dinastía Joseon. Allí se ve obligada a convertirse en jefa de cocina del tiránico rey Lee Heon, que presume de un paladar extremadamente sofisticado y de una sorprendente capacidad de análisis gastronómico. Es decir, lo que hoy llamaríamos un auténtico gourmet. Pero, ¿cómo viaja Jiyeong al pasado? Todo ocurre después de que gane un prestigioso concurso de cocina en Francia, un logro que además le abre la puerta a una importante promoción: convertirse en jefa de cocina del restaurante de tres estrellas Michelin donde trabaja. Sin embargo, durante su viaje de regreso a Corea, mientras transporta un antiguo manuscrito de cocina tradicional que había prometido llevar a su padre, un misterioso eclipse lunar se cruza en su camino… y Jiyeong es arrastrada al pasado.
Cuando despierta, descubre que está colgada de un árbol, atrapada en una trampa para animales. Pronto se da cuenta de que algo no encaja: ya no está en 2025, sino en pleno siglo XVI, en un bosque donde el rey Lee Heon se encuentra cazando. Así es como ambos se ven por primera vez, sin imaginar que ese encuentro casual marcará el inicio de una relación… de un amor que los cambiará para siempre.
Desde sus primeras escenas, la serie deja claro a la audiencia que estamos ante una historia de ‘time slip’, es decir, un relato en el que el protagonista experimenta un “deslizamiento” o viaje involuntario a través del tiempo. En esa secuencia inicial, Jiyeong aparece arrodillada a los pies de Lee Heon en el palacio real. Es acusada de ser una mujer fantasma, una condición que en aquella época conllevaba la pena máxima: la decapitación. El rey desenvaina su espada y parece dispuesto a ejecutarla él mismo, pero sorprende a todos al cortar la cuerda que ata las manos de Jiyeong y nombrarla jefa de cocina real. Es entonces cuando ella gira la cabeza, mira directamente a cámara y pregunta: “¿Cómo he terminado aquí?” Así, la serie rompe la cuarta pared para invitar a la audiencia a sumergirse en la historia.
Bon appétit, su majestad puede resumirse como una comedia romántica en la que una chef del siglo XXI cocina para un tirano del siglo XVI en su intento por sobrevivir. En el primer episodio no parece que vaya a surgir un romance, pero todos los elementos están ahí: el encuentro fortuito, el conflicto que define sus primeros días juntos y la situación peculiar que acaba uniéndolos de formas tan inesperadas como interesantes. Eso sí, un aspecto del viaje en el tiempo que puede resultarle repetitivo al espectador es escuchar a Jiyeong maravillarse constantemente de que las comodidades modernas no existan, o ver cómo los personajes del pasado pronuncian mal palabras inexistentes en la época Joseon, como “supermercado” o “cine”.
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La producción que recomendamos es la película Little Forest (리틀 포레스트), de la directora Im Sun Rye, una historia limpia, sin estridencias, y con una profunda reflexión sobre el significado de la vida.
Little Forest desarrolla su historia en torno a Hyewon, Eunsuk y Jaeha, tres jóvenes que se sienten perdidos y agobiados en un mundo que los juzga según criterios que no comparten. Un mundo que ignora lo que de verdad desean hacer con sus vidas y los clasifica según estándares superficiales: las notas en la universidad, la pareja que tienen o el prestigio de la empresa en la que trabajan. En esta trama, el pueblo al que regresan se convierte para ellos en un espacio de descanso y sanación, mientras que labrar la tierra y preparar la comida de cada día actúan como rituales que les permiten alcanzar un estado profundo de bienestar, tanto físico como emocional.
Muchas críticas califican Little Forest como una “película curativa”, destacando su tono relajante y el efecto de calma que provoca en el espectador. La afirmación no es incorrecta, pero esta obra es mucho más. Aunque no todo es negativo en la vida urbana, ni todo idílico en la vida cercana a la naturaleza, uno de sus mensajes más claros es el valor de lo vivo, de la propia vida, que tantas veces olvidamos entre prisas y rutinas aceleradas.