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El dokkaebi desmemoriado

2021-10-05

ⓒ Getty Images Bank

 Hace mucho pero mucho tiempo, vivían unos hermanos muy pobres en una pequeña aldea.

Un día a la niña se le antojaron unos pasteles de arroz y el mayor fue a comprarlos. Cuando salía de la aldea para ir al mercado, se encontró con un dokkaebi, un duende con un cuerno en la frente.

-Eh, chico, ¿a dónde vas con tanta prisa?

-Este... ¡Hola! Voy al mercado a comprar pastel de arroz para mi hermana.

-¿Puedes comprarme un poco de gelatina de alforfón?

-Sí, sí, cla..claro.


-Toma, aquí tienes la gelatina de alforfón.

-¿En serio? ¡Gracias, chico!

-No es nada. Perdona la tardanza. Que la disfrutes. Tengo que irme.

Pasaron unos meses después de lo ocurrido.


ⓒ Getty Images Bank

-¡Hola, chico! ¡Cuánto tiempo sin vernos! 

El dokkaebi y el chico se saludaron con alegría, alegrándose de verse.

-¿Sabes? Necesito dinero urgente. ¿No tendrías tres monedas? 

Después de pensárselo un poco, el chico se las dio.

-¡Gracias, chico! Mañana paso por tu casa y te las devuelvo.


-Vine para devolverte las tres monedas que me prestaste. Aquí las tienes.

El dokkaebi le puso las monedas en la mano y desapareció. El problema fue que empezó a venir todos los días a devolverle las tres monedas.

-¿Pero dónde tendrá la cabeza este dokkaebi?

Así es, se trataba de un dokkaebi desmemoriado, por eso volvía todos los días a pagar su deuda sin acordarse de que ya la había saldado.


Gracias al dokkaebi desmemoriado, comenzó a mejorar la situación de los hermanos.

Un día el chico invitó al duende a que se quedara a cenar. Por supuesto, le hizo la gelatina de alforfón que tanto la gustaba. Hasta le trajo la olla para que se la comiera toda.

-Esta olla está muy vieja. Mañana te traigo una nueva –prometió el dokkaebi.

A partir del día siguiente, el dokkaebi le trajo todos los días una olla nueva, además de las tres monedas. La olla era mágica y se llenaba de arroz recién hecho una y otra vez. Como los hermanos ya tenía la suya, regalaron las que les traía de más el dokkaebi. Gracias a las ollas mágicas, no volvió a faltar comida en la aldea.


Un día, de camino al mercado, el chico vio al dokkaebi que iba con mucha prisa.

-¡Hola, dokkaebi! ¿A dónde vas?

-El rey de los dokkaebi quiere castigarme. Dice que soy un derrochador y que por mi culpa ya casi no queda dinero, ni ollas ni garrotes en el reino de los dokkaebi, pero yo no me acuerdo de haber malgastado nada... En fin, cuando regrese, te devuelvo las monedas y te llevo la olla y el garrote que te prometí.

Pasaron los días y hasta un año completo, pero el dokkaebi no volvió a aparecer.

-Aunque ya no nos traiga monedas, ni ollas ni garrotes, me gustaría volver a verlo...

Los hermanos se habían encariñado con el dokkaebi y lo extrañaban, no por sus regalos, sino porque lo consideraban un amigo. Ojalá que el dokkaebi desmemoriado se acuerde de los hermanos y los vuelva a visitar algún día.

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