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Cultura

La abuela de las gachas de frijoles rojos y el tigre

2021-11-09

ⓒ YEOWON MEDIA HANKOOK GARDNER CO. LTD

Hace mucho pero mucho tiempo, había una anciana que vivía en lo más recóndito de las montañas.

A ella le gustaban mucho las gachas de frijoles rojos y también las hacía muy bien.


ⓒ YEOWON MEDIA HANKOOK GARDNER CO. LTD

Un día que la anciana estaba trabajando en el terreno sembrado de frijoles rojos, se le apareció un tigre enorme como una casa.

-¡Qué bueno encontrarte, abuela! ¡No sabes el hambre que tengo! 

La anciana se armó de valor y balbuceó:

-Debes ser el único en esta montaña que no probó mis gachas. En cuanto maduren estos frijoles rojos, te haré unas gachas riquísimas.

El tigre prometió que volvería para el solsticio de invierno y se internó en la montaña.


ⓒ YEOWON MEDIA HANKOOK GARDNER CO. LTD

Cuando llegó el solsticio de invierno, la casa se llenó del apetitoso olor de las gachas de frijoles rojos.

-¡Hola, abuela! ¡Qué bien huelen las gachas! 

Las primeras en llegar fueron las castañas, luego vinieron el punzó, la estera de paja, el mazo de mortero y el cargador de leña.

-Buen provecho, chicos. Hoy será la última vez que haga gachas de frijoles rojos...

La abuela les contó que ese día vendría el tigre a devorarla.

-¡Ay, qué tigre más malvado! ¿Qué haremos ahora?


ⓒ YEOWON MEDIA HANKOOK GARDNER CO. LTD

El tigre se despertó de su siesta y se dio un buen estirón:

-¿Qué es este olor? ¡Pero si son gachas de frijoles rojos! Hoy debe ser el solsticio de invierno. Iré a probar las gachas de la abuela y luego me la comeré a ella de postre.


ⓒ YEOWON MEDIA HANKOOK GARDNER CO. LTD

Cuando el tigre metió el hocico en la olla, las castañas que estaban escondidas en el hogar de la cocina comenzaron a saltar por el calor del fuego y le pegaron en la cara.

Antes de que el tigre pudiera reaccionar, vino corriendo el punzón del rincón y comenzó a pincharle el trasero.

Luego se le vino encima el mazo de mortero y lo llenó de golpes.

-¡Auxilio! ¡Quieren matarme! –aulló el tigre.


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-Abuela, ya no tiene de qué preocuparse. El tigre ya no podrá molestarla.

-¡Gracias, chicos, me han salvado! –dijo la anciana, mirando a las castañas, al punzón, al mazo de mortero, a la estera de paja y al cargador de leña con lágrimas en los ojos. 

Al año siguiente y los que le siguieron, la anciana volvió a hacer gachas de pasteles rojos para el solsticio de invierno y las compartió con sus amigos.

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