ⓒ YEOWON MEDIA HANKOOK GARDNER CO. LTD

Hace mucho, pero mucho tiempo, vivía un muchacho llamado Dori con su madre.

-Hijo, hoy tienes que ayudarme a arar el campo.

Como no quería hacer ese trabajo pesado, dijo que llevaría a pastar al buey al monte.

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Sentado bajo la sombra de un árbol, Dori se quedó mirando con envidia al buey que comía pasto.

-¡Qué suerte tienes! No tienes que trabajar y comes todo el día...

Un viejo que pasaba por las inmediaciones y escuchó a Dori, le dio una máscara y le dijo:

-¿Quieres probártela?

Al ponérsela en la cara, Dori se convirtió en... ¡un buey!

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El viejo vendió a Dori convertido en buey a un campesino. 

-¡Arre, bestia, que hoy tenemos mucho trabajo!

-Yo no soy un buey, señor. Soy Dori y vivo en el pueblo vecino. ¡Por favor, déjeme ir a casa! 

Así rogó Dori, pero no sirvió de nada, pues el campesino solo oía sus mugidos.

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Convertido en buey, el pobre Dori tenía que tirar todos los días del arado hasta que se le doblaban las patas del esfuerzo.

“Si pudiera volver a ser humano, trabajaría con denuedo para ayudar a mi madre...”, se decía arrepentido el pobre Dori.

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Un día que salía a trabajar de madrugada, Dori vio que el campo vecino estaba sembrado de nabos. Entonces se acordó de la advertencia que le hizo el viejo al campesino cuando lo vendió:

-No vaya a darle de comer nabo. Las consecuencias podrían ser terribles...

Dori corrió con todas sus fuerzas hacia el campo vecino y, tras desenterrar uno de los nabos con sus patas delanteras, le dio un gran mordisco.

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Convertido de nuevo en ser humano, Dori corrió con toda la fuerza de sus piernas hasta su casa. Allí se abrazó a su madre y lloró de felicidad.

A partir de ese día, dejó de ser el holgazán de antes y se convirtió en un hijo modelo que ayudaba en todo a su madre.