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La expresión “mujeres de confort” del ejército japonés hace referencia a las mujeres que fueron explotadas como esclavas sexuales en los “centros de confort” establecidos por las autoridades militares de Japón. Estos “centros de confort” fueron ideados por el ejército japonés al invadir Shanghái en 1932 y producirse violaciones cometidas por sus soldados. Entonces, detectaron que las enfermedades de transmisión sexual era un factor que debilitaba a sus tropas. En este contexto, el ejército de Japón implementó el sistema de los “centros de confort”, para lo que movilizó a mujeres de colonias y países que previamente había invadido.
A diferencia de la violencia sexual que en tiempos de guerra, las “mujeres de confort” del ejército japonés fueron un caso de violencia sexual institucionalizada, donde organismos estatales movilizaron a mujeres de las colonias y países bajo su dominio, para ofrecerlas como esclavas sexuales a los soldados. En la historia de la Humanidad, no hay antecedente alguno similar a la esclavitud sexual impuesta por Japón, que consistió en la explotación sexual de numerosas mujeres, que fueron trasladadas de un lugar a otro como esclavas, para entretener a los soldados.
El primer centro de confort del ejército japonés fue instalado en 1932, para más tarde aumentar en número a lo largo de toda la región de Asia y el Pacífico -como por ejemplo, en China, Indonesia, Singapur, Papúa Nueva Guinea y la isla de Guam-, hasta la derrota de Japón en la Segunda Guerra Mundial el 15 de agosto de 1945. A principios de la década de 1930, los centros de confort, que solo operaban dentro del territorio chino, fueron instalados también en el Sudeste Asiático y la región del Pacífico, a medida que Japón expandía sus incursiones bélicas. Los centros de confort eran entonces supervisados por las autoridades militares de Japón y trasladados en base al desplazamiento de las tropas japonesas.
Entre las mujeres llevadas a la fuerza como esclavas sexuales había incluso niñas, apenas entradas en la pubertad, y también mujeres casadas aún en sus veinte. Fueron reclutadas forzosamente por policías y militares japoneses, o bien secuestradas y convertidas en objeto de trata de personas por agentes de búsqueda de empleo. Posteriormente, fueron enviadas al exterior en medios de transporte militares.
La confesión escrita que presentó el teniente general Hiraku Suzuki, en un juicio celebrado en China en 1956 contra criminales de guerra japoneses, atestigua que mujeres coreanas y chinas fueron secuestradas para ser obligadas a servir sexualmente a soldados del ejército de Japón. Asimismo en julio de 2007, Takashi Nagase, un ex traductor de la Policía Militar del Ejército de Tierra de Japón con experiencia de haber trabajado en Kioto, declaró que las esclavas sexuales coreanas fueron traídas en buques militares, corroborando así la existencia de secuestros de mujeres por fuerzas niponas.
Aunque el gobierno japonés rehúsa revelar sus documentos, y por ende no se dispone de datos precisos, el círculo académico estima que el número de personas reclutadas forzosamente como esclavas sexuales ascendía a unas 200.000 personas.
Para los soldados japoneses, las esclavas sexuales fueron meramente un objeto sexual. Las trataron, por consiguiente, como seres sin dignidad y que no merecían respeto alguno. Ante esa actitud de los soldados nipones, las mujeres no podían mostrar resistencia alguna y tuvieron que soportar ser sus juguetes sexuales, máxime porque si se rebelaban podían sufrir agresiones físicas con cuchillos u otro tipo de arma.
Las esclavas sexuales fueron desechadas al ser derrotado Japón en la Segunda Guerra Mundial. Gran parte de ellas murieron durante los bombardeos, mientras que otras fueron fusiladas por el ejército japonés, que no quería dejar pruebas de las atrocidades cometidas, u obligadas a suicidarse.
El gobierno japonés tampoco tomó medidas para retornar a las esclavas sexuales a sus países de origen. Así, esas mujeres -abandonadas en tierras desconocidas-, o bien fueron hechas prisioneras por las fuerzas aliadas, o bien regresaron por cuenta propia a su país. Sin embargo, la mayoría se dieron por vencidas y optaron por quedarse en donde las dejaron o por quitarse la vida.
No obstante, las víctimas de la esclavitud sexual que regresaron, tuvieron que pasar otro tipo de sufrimientos, al tener que ocultarse de sus familias y vecinos por la vergüenza. Además, padecieron una extrema pobreza. Tampoco pudieron formar su propia familia, ni superar el agobio de vivir reprochándose y guardando silencio sobre el inmenso dolor, tanto físico como emocional, provocado por la experiencia de la esclavitud sexual.