Casi todos los extranjeros que visitan Corea se sorprenden por la rapidez con la que transcurre la vida aquí. Desde el momento en que se pide en un restaurante hasta la velocidad de la conexión a Internet, todo parece ocurrir con urgencia y eficiencia.
En las calles, la gente camina deprisa —especialmente en las horas punta, cuando se entra o se sale del trabajo—, y todo se mueve tan rápido que quienes vienen de fuera, al principio, pueden sentirse mareados.
Esta mentalidad, conocida como “빨리빨리”, que literalmente significa “rápido, rápido”, impregna todos los aspectos de la vida cotidiana. Es el reflejo de un profundo valor cultural hacia la productividad y la modernización. Para los antropólogos, no se trata simplemente de una costumbre diaria: la prontitud está profundamente arraigada en la mentalidad coreana como un valor fundamental.
Para entenderlo mejor, viajemos un poco en el tiempo. Los orígenes de esta tendencia se remontan a la etapa de reconstrucción nacional tras la Guerra de Corea. Bajo los planes quinquenales impulsados por el presidente Park Chung Hee en los años sesenta, se produjo el llamado “Milagro del río Han”, un proceso vertiginoso de industrialización. Fueron años en los que se levantaban fábricas, se producían automóviles y se instalaban plantas industriales en tiempo récord. El país se acostumbró entonces a hacer las cosas sin dilación.
Hoy, este impulso se nota sobre todo en el servicio al cliente. En los restaurantes, se espera que los platos lleguen a la mesa pocos minutos después de pedirlos. Las entregas a domicilio —ya sea de comida o de compras en línea— se completan, de media, en unos 30 minutos. Los pedidos de comestibles y otros artículos suelen entregarse en menos de 24 horas, y en muchos casos, el mismo día.
Esto es posible gracias a una red de más de cien centros logísticos estratégicamente ubicados, que sitúan al 70% de la población a menos de diez minutos de uno de ellos. Y la infraestructura, como no podía ser de otra forma, está diseñada para la velocidad y la comodidad. En 2024, las conexiones fijas en los hogares coreanos alcanzaban entre 125 y 140 megabytes por segundo de media, muy por encima de los promedios mundiales. En dispositivos móviles, se llegaba a velocidades de hasta 286 megabytes por segundo, lo que coloca a Corea entre los países más rápidos del planeta. Todo ello es fruto de una alta densidad urbana, de la fuerte competencia entre las operadoras de telecomunicaciones y de las políticas públicas que apostaron por la fibra óptica ya desde los años ochenta.
Este enfoque en la eficiencia ha sido clave para el desarrollo nacional. Pero, como todo, tiene su reverso: este ritmo tan acelerado puede poner en riesgo la salud mental y la calidad de vida. La presión constante por responder rápido —en reuniones, trámites o en la vida diaria— puede generar un entorno de trabajo agotador.
Por eso, en los últimos años han surgido movimientos que buscan un equilibrio más saludable entre la velocidad y el bienestar. Hablamos de programas de apoyo psicológico, jornadas laborales más flexibles o iniciativas que fomentan el descanso.
En definitiva, la cultura del “빨리빨리” es una espada de doble filo: ha sido el motor que impulsó a Corea desde la posguerra hasta convertirse en una potencia, pero también plantea desafíos personales y sociales. Hoy, la clave está en mantener la eficiencia sin descuidar los aspectos humanos y emocionales que sostienen a una sociedad moderna.
Comprender esta característica es entender por qué Corea avanza tan rápido… y también por qué, a veces, merece la pena preguntarse si no convendría frenar un poco para disfrutar del camino.